lunes, 14 de mayo de 2012

nada que perder


Buenos días inocente entrometido:
Soy la estúpida chica que se balancea en silencios y cuenta las hojas de una rosa inexistente. La muchacha que consume los pétalos en suspiros y olvida los segundos colgados del tallo.
Hoy quería exigir una disculpa por su intromisión en mi vida, sin ningún destino, sin ninguna causa y sin ninguna rosa.
Quiero que recoja los fragmentos rotos que ha dejado de mi corazón, pues sólo significan una carga para mí, como arrastrar una maleta con los pedazos de la muñeca que tanto amabas de pequeña... sigue significando algo, pero sólo tiene el cometido de clavarse en tus entrañas, invadiendo el presente de marchitos recuerdos difuminados.
Me he paseado una tarde más por las calles de mi ciudad, escuchando palabras en idiomas extranjeros rodeándome, pues todo lo que la gente habla no significa más que un velo que intenta ofuscar el silencio de mi pensamiento. He pensado en usted, en sus débiles palabras, en sus dulces miradas y en mi amarga existencia, en como todos se conocieron y en cómo he acabado así, perdida en mi propia ciudad.
Siento sonar tan triste y melancólica en estas líneas, pero ni tan siquiera me voy a molestar en fingir y ocultar mis sentimientos, me he cansado, dulce compañero de fatigas intoleradas.
Es horrible sentarse bajo un árbol y sentirte encerrada en una habitación oscura, llena de angustias y sin aire que respirar. Sin embargo, en mi claustrofóbica visión siento que lo único que extraño son sus brazos y sus sonrisas, una mirada perdida que me diga que más allá de todo el daño que la oscuridad me causa tengo un motivo por el que seguir respirando.
Gracias, insondable pronombre, por ser la inspiración de mis incoherencias de poeta. Gracias por buscarle un egocéntrico sentido a los latidos de mi corazón y gracias por olvidarse de que aún late por tenerle cerca. Gracias por haberme hecho enamorarme de usted, gracias de todo corazón, porque aunque duela, este dolor me mantiene en vida, porque aunque sangre ha sido tinta mi herida y poesía mi sangrar.
Gracias, porque aunque sea llanto, aunque muera y aunque viva, aunque olvide y aunque perdure siempre tendré un motivo para darle las gracias.
Gracias por ser el dueño de este poeta equivocado, gracias por enseñarme lo que es el amor.

jueves, 3 de mayo de 2012

La inmortal solitaria del piano


Susurré al silencio que me dejase a solas con mi piano.
La inmortalidad me perseguía allí a donde iba, y es que me pasaba las noches pensando que no debería de haber hecho ese pacto con la existencia.
En un atardecer del que ya no recuerdo más que su oscuro brillo me pareció oír los gemidos de mi piano, encerrando sus notas en frías teclas de marfil, sus sueños en una oscura sonata. Me acerqué a la habitación, ofuscada por los efectos del alcohol, bañada en pintalabios y en whisky y enfundada en un vaporoso vestido rosa con un gran lazo en la espalda. Intentando mantener el equilibrio por el corredor me abrí paso entre el aire y alcancé la puerta. Un destelló me deslumbró... pude oír una voz, juraría que incluso la conocía...
Me pidió que tocase, que liberase a mi querido piano de sus inseguridades, me recordó esos versos que de pequeña tanto amaba, en los que recordaban un arpa abandonada en un salón. Aquella voz me repetía que yo había abandonado a mi piano, que el quería dejar de vivir, no podía soportar la soledad ni la represión. Toqué, tonos bajos y profundos, representando mi corazón, como el arpa olvidado pero sin esperar mano de nieve alguna que arrancase de su pura alma algunas notas.
La sonata me invadió, perdí mi ser entre las cinco lineas de mi pentagrama, y ahora puedo jurar que no era el alcohol, era la música. La voz me susurró: "Te concedo la inmortalidad avariciosa pianista, podrás vivir para siempre, este piano necesita mantener su existencia. Para siempre... pero con la condición de que no toques la última tecla negra del piano, su último oscuro deseo no puede ser rememorado, tienes que olvidarte de esa tecla"
La inmortalidad a cambio de nada... de olvidarme de una tecla...
Ha pasado los días desde aquel atardecer, tantos días inmortales, sin el riesgo de perder...
Arrastro los pies por mi monótona existencia y me siento junto a mi piano, un día más, a las 5:37 de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos... a pesar de tener por delante eternos minutos como aquel.
Encuentro en el suelo una vieja partitura. Mis ojos se nublan por las lágrimas, es la primera canción que toqué junto a aquel piano, cuando me fui a vivir sola. La primera canción que me acompañó en las noches de tristeza y soledad, en los oscuros y muertos instantes sin esperanza.
Mis dedos recorren gentilmente las entrañas de mi pálido amigo, deslizo mis recuerdos por sus notas. Cierro los ojos mientras sueño, mientras la pieza toma intensidad. Veo el corredor vacío, una niña abrazada a su madre, despidiéndose de ella por última vez. Una muñeca rota, destrozada por el tiempo. Sigo tocando, presa de una euforia desconocida. Los golpes a la pared cuando nadie me escuchaba, los gritos incomprendidos, las horas que pasaban, que consumían mi tiempo antes de la inmortalidad. Golpeo el suelo con el tacón y llorando continúo, agitando la cabeza, inmersa en la música que rodea el misterio de mis comienzos. Lloro, sin parar, me ahogo en el mar de inseguridades que  acepté al tomar el piano, aunque esta vez siento algo diferente...
Unos acordes dan lugar a otros, y más y más más intensos, no me permiten oír ni mis propios gemidos, como aquellos del piano el día que me concedieron la inmortalidad. ODIO ESTA ETERNA EXISTENCIA hice un pacto tan sencillo, tan doloroso y tan amargo.
Envuelta en mi propia ira doy muerte a aquella pieza, toco sus últimas y profundas notas sin darme cuenta, histérica... se rompe la armonía y entonces lo veo. He rememorado su último deseo, mantenerme con vida para siempre. El último deseo del hombre que me amaba: mi piano.
Lo he hecho: he tocado la última tecla negra del teclado.