jueves, 30 de abril de 2015

Vorágine.



Ahora no hay nadie capaz de frenarme, 
la caída en picado, de nuevo, se vuelve más atractiva que la rutina. 
Y el dolor de no tenerte,
y el miedo a no ser nunca dos, 
se confunden en un sueño indescifrable. 
Sigo cayendo. 
Freud, que no mentías, 
que el inconsciente sólo es sexo, 
que nunca hemos evolucionado,
siempre seremos animales cobardes. 
Un sólo territorio
y demasiadas ganas. 
Pero solo mías. 
Egoísmo y fracaso de nuevo, 
películas escritas por una mente que no quiere volver a entender el amor en solitario. 
Que no quiere agachar la cabeza, escribir poemas, dedicar canciones,
pero acabar siempre bailando sola,
con cerveza, y esperanzas en el fondo del vaso. 
En aquello que nadie bebe. 
Sigo cayendo 
Sigo cayendo. 
Y tú, 
indescriptible paradoja, 
que no eres más que aquello que he querido imaginar, 
bailas y desapareces,  
y no vuelvo a verte, físicamente, y no vuelvo a sentirte. 
Aquí. 
Que eres un sueño, pero no consigo despertarme, 
y sigo cayendo 
Cayendo. 
El fondo solo se toca una vez. 
Y fue allí donde nos conocimos.

Adiós diciembre.



Mi "yo" de los veinte años siguientes
seguirá persiguiendo abrigos negros en invierno,
rastreando cada bar de mala muerte como un sabueso
que sigue la pista de un olor que está olvidando. 
Latiré a ritmo constante probablemente, 
aunque nunca te apagues
me habré hecho inmune al veneno al que fui adicta.
Te soñaré, supongo, porque aunque hoy he repetido cinco veces que te he olvidado estoy escribiendo para tí.
Porque lo he tenido que repetir cinco veces, para creerme en labios ajenos.
Mi "yo" de los veinte años siguientes recordará el camino a todos los lugares en que te encontraba,
asaltará mi mente tu figura cuando vuelva a tener miedo.
Aún no me hago a la idea de perder la necesidad de tí.
De no buscarte, de no creer que estás esperando el momento perfecto para decirme "quédate".
Mi yo de los veinte años siguientes será un desconocido para todas las personas que no sepan de tí,
que no sepan que ocultando tu nombre nació en mí la poesía,
que sin saberlo me salvaste de la debacle,
que me mantuviste con vida en demasiadas ocasiones,
a golpe de diciembre.
Nadie me conocerá sin memorizar la historia de la primera vez que me llevaste a casa,
de mi inocencia, de mis 15 años recién cumplidos,
resucitando de mis ruinas, a las que había disfrazado de desengaño.
Mi yo de los veinte años siguientes seguirá tus consejos
y apartará tu imagen de la mente,
será feliz con otros que no le roben las energías.
No abandonará todo al oir su nombre, 
pero, volverá a los sitios donde lo susurraste
para sentir, por última vez, que el amor solo puede vivir en un recuerdo crónico.


Decidiste no quererme
cuando estaba aquí, contigo.
Cuando, aunque te opongas a la idea, 
te habría dado mi vida. 
O una parte de ella, la que no me corresponde.
Dos años, al menos, que para tí no son nada.
La chica del Moulin Rouge, la del cuerpo de flores,
que solo sabe perder la cabeza por quien no debe, decíamos.
Y te reías, porque siempre he hablado en clave, 
pero no había más París que tú,
por tí fui la del mes de Abril.
Decidiste no quererme cuando era tuya
y sabía distinguir tu abrigo largo si era invierno.
Cuando escribía en positivo por nosotros, y decía tu nombre al beber de más,
y me amenazaba a mí misma con dejarte volver a desordenar mi vida.
Pero ahora, ahora que no dueles déjame ir,
que ya no echo de menos el frío de diciembre.
Ya no cuento los días para que mis sentimientos caduquen,
ya no soy la de Abril.
Ya no soy, como bien decías,
la de siempre.


Hoy te has vuelto a colar en mis pesadillas.
Para decir adiós.
Para decir "quiérelo a él,
pero que no te robe la vida
como yo hice."
Y tendré que hacerte caso.
Ya casi me he olvidado de todos los meses que pasé contigo,
de los años
y lo más doloroso: de los inviernos.
Me he sorprendido pidiendo que hagas tu vida,
que quieras a otras
mientras yo busco algún remedio con complejo de poesía.
Y me enamoro,
y lo estropeo otra vez,
muriendo poco a poco en brazos que no me entienden.
Supongo que será verdad lo de las más de cien pupilas donde vernos vivos,
pero estoy empezando a tener miedo de haber perdido mi reflejo.
O de que alguien sea mejor que tú,
y derribe la última fortaleza que me he construido
sola.
Tenías razón,
Neruda debería haberme preguntado por los versos mas tristes aquella noche.