sábado, 3 de mayo de 2014


Ni siquiera nuestros puntos suspensivos
fueron capaces de cerrarnos las heridas.
Nos empeñamos en abrir surcos profundos
entre cada frase que no pudimos acabar.
Nos besamos como si hubiese un mañana.
Porque nos pertenecía.
Y ahora damos vueltas en círculos
porque ya no sabemos dibujarnos los lunares
y escuchamos el ruido de la ropa al caer al suelo...
sintiéndolo como tal...
ruido.

Pudimos haber sido magia
pero la magia no existe.
Sólo hay hombres hábiles
que memorizan trucos.
Y acabé por encontrar el pañuelo escondido en tu manga.
Y todo empezó a derrumbarse.

Se hicieron pedazos las miradas y las promesas.
Nuestros besos no querían separarse
pero se dejaban guiar por la inercia y la rutina...
y ya no sabían erizar la piel.
Recorrer las calles dejó de ser un camino hacia ninguna parte
y nos quedamos reducidos a dos transeúntes que buscan recuperarse,
teniéndose tan cerca.
A lo mejor los gatos no amanecen en los mismos tejados
por miedo a ver las tejas rotas por la mañana,
y desencantarse.
Por eso nunca vuelven.
Y ahora que todo se ha apagado
tengo miedo.
Miedo a que no vuelvas,
y tener que recordarte a partir de ahora en pretéritos que nadie utiliza.
Pero este miedo es diferente.
Este miedo no pide a gritos tus abrazos.
Y me está matando.