martes, 25 de marzo de 2014

El peor día de mi vida


El peor día de mi vida no quiso dejarme dormir.
Las estúpidas mariposas de los tópicos, que llevaban haciendo de mi estómago un jardín durante todo el año, sabían que era la hora de morir.
Nadie quiere morir.
Y se volvieron avispas.

El peor día de mi vida amanecí muriendo por culpa de sus aguijones.
La parte más dura de los días que te matan es sonreir hasta que los demás puedan aceptar tus lágrimas.
Nadie entiende por qué lloras tres horas antes de decir adiós.
Nadie entiende que antes de despedirme ya había imaginado el resto de mi vida sin tí.
Y tres horas no fueron suficientes para llorar todo lo que sabía que me faltarías.

Maldito Junio.
Qué bien sentaba a todo el mundo aquella mañana.
Malditas avispas.

El peor día de mi vida me propuse retener el tiempo
y vivirlo como si todos los relojes fuesen a frenar en seco al separarnos.
Todo habría sido más sencillo así.
Pero las calles fueron las mismas,
los pasos,
la gente,
incluso yo.
Creo que te quise porque cuando estaba contigo me olvidaba de todo lo malo.
Llegue a olvidarme de que no iba a volver a verte.

El peor día de mi vida, recuerdo, que durante un par de minutos no pude decirte nada.
Memoricé las arrugas de tu frente,
tu forma de caminar,
y todas las historias que me contaste.
La última vez que te abracé no cerré los ojos.
Mire a través de la ventanilla y asentí en silencio ante el "nos volveremos a ver".
Como si me lo creyese.

El peor momento del peor día de mi vida no fue perderte.
Lo peor fue bajar a la calle,
y mirar a todos lados por si habías vuelto.
Por si habías decidido quedarte.

Peor que morir por culpa de los aguijones es sentir cómo se escapan las avispas.
Porque en ese momento me di cuenta de que no ibas a venir.
Me había quedado completamente sola y avergonzada de seguir esperándote mientras me daba cuenta
de que el peor día de tu vida no lo marcan las distancias
sino ser el único que se despide
cuando el otro sólo dice adiós.