viernes, 29 de junio de 2012

A veces los finales se cubren de un para siempre




Soñé que todo se había acabado. Que entre las luces del verano intentaba olvidar lo que había sentido. Soñé que los recuerdos me mataban, que las horas me consumían, que la vida me obligaba a alejarme de los sentimientos más profundos de mi existencia. Soñé con el dolor de las canciones que sonaban cuando te veía, soñé que tu sonrisa no era más que un recuerdo. Soñé que perdía mi aliciente en esta vida, que cada día que despertaba no quería continuar, que te habías ido. Soñé que todos los momentos que compartimos, todos los besos y los abrazos formaban parte del pasado, que tenía que seguir alimentándome de recuerdos. Soñé con el día en que te llamé Febrero, en cómo se sucedieron los momentos y en cómo mi vida se vistió con tus iniciales. Soñé con las tardes lluviosas en las que me tumbaba en mi cama y sonreía, porque tras muchos años había alcanzado la felicidad. Soñé que lloraba a tu lado, que vivíamos una despedida, que nos abrazábamos y me alejaba, que todo se perdía en el pasado y me asustaba el afrontar un futuro separados. 
Una noche más soñé contigo, pero sabiendo esta vez que a veces los sueños se hacen realidad.

martes, 19 de junio de 2012

Ellos, el producto de un fracaso


Ella perdida en el ajetreado mundo de la calle, arrojando sus esperanzas al asfalto y limpiando los restos de ilusión de la comisura de sus labios.
Él, tan sólo otro hombre mirando al vacío, sin pensar más allá del cielo, concentrado en la muchedumbre y en el humo de su cigarrillo.
Tan lejos en la ciudad, dos mentes paralelas, amantes de los imposibles. Dos elegantes poetas enamorados de la sinrazón, dos creyentes de un futuro perdido en el tintero.
Ella avanza caminando de forma segura, apoyándose en la coraza que arrastra que le hace ocultarse de la realidad. Él pretende ser la seguridad hecha hombre, un perfecto reflejo de ella, pero caminan a varias calles de distancia, y sus mentes de poetas han fijado destinos separados.
En la misma calle, separados por escaparates llenos de intentos de captar la atención mundana, obras de arte del mundo capitalista que rodea la atmósfera de sus sueños.
Ambos se detienen junto a una puerta. Ella entra en el portal 6, él desaparece en el 22.
Ella llama a la puerta, esperando un beso o una sonrisa. El hombre que le espera ni tan siquiera se para a pensar en la hermosura de su piel pálida, en el claro tono de sus labios ni en el color de su vestido. En lugar de rodear su cintura con sus brazos rodea la figura de la mujer con una mirada de profundo desprecio. Ella arroja una rosa al suelo, arrojando junto a la flor todas las horas en vela pensando en aquel hombre, todos los pensamientos malgastados y las lágrimas perdidas. Deja que él cierre la puerta y se va, manchando la pureza de su rostro pálido con amargos sentimientos incomprendidos.
A unos metros de las escaleras en las que ella se derrumba otro corazón entregado al arte ha sido destrozado.
Él se acercó a la puerta. Sabía que la mujer a la que amaba ni tan siquiera sabía de su existencia, ella era la inspiración de sus palabras, nada más que inspiración, simple poesía. Oyó su risa, pudo incluso percibir el brillo de sus ojos... hasta que le escuchó a él. El hombre al que aquella mujer amaba, con toda su alma, con quien compartía su existencia y su futuro. Arrojó al suelo el cigarrillo con el que había venido soñando con la forma en la  que ella le miraría si le viese en la puerta, en cómo le reconocería, en cómo se besarían para prometer algo más profundo y más eterno que un simple instante. Sin embargo nada ocurrirá, así que prefiere matar al único testigo de sus ilusiones y deja consumirse la colilla en el suelo.
Arrastra sus pasos por las escaleras intentando ocultar su daño bajo la gabardina.
Ella sale del portal número 6, sin rumbo ni norte, con el corazón roto y el rostro empapado de ilusiones. Él recorre las calles envidiando las mentes vacías de la gente mediocre, ajena al arte y ajena a la poesía, ajena a los sentimientos de un poeta.
Ella maldice haber sentido, haber perdido el tiempo, maldice haberse enamorado.
Él esquiva las miradas de la gente, ocultando bajo su virilidad el daño que le han causado, pues al final él sufre como ella, hombre y mujer son cómplices en su sufrimiento, pues nadie siente más que nadie.
Ella se sienta en un banco
Él se sienta a su lado
Ella llora desconsoladamente
Él le pregunta si quiere un pañuelo
Ella se lo agradece
Él rebusca en su cartera y se le cae un pequeño papel
Ella lo recoge. "´los sentimientos de aquel hombre jamás serían tan intensos como las palabras de un poeta".
Él la mira
Ella le sonríe.
Después de tanto tiempo ahogados en un mar de injusticias ambos sonríen.
Ahora se sientan cada tarde en ese banco, cogidos de la mano. Ella le entrega una rosa y él se fuma su cigarrillo, sin ocultar cuánto la ama, sin ocultar lo que siente.
Ahora ambos se sientan a ver pasar la vida y como poetas a ganar las batallas que esta les propone. Ahora comparten la existencia y se sientan a recordar el día que abandonaron los portales 6 y 22.


jueves, 7 de junio de 2012

la chica de la estación


Se sentaba frente a la estación como todas las mañanas
Su mirada se perdía en la monótona colocación de las vías... siempre las comparaba con su corazón.
Eran simples pedazos de hierro, dispuestos en un perfecto y frío orden, una falsa perfección y un eteréo interior. Eran aplastadas por los viajeros diariamente, por aquellos que desesperaban en la eterna búsqueda de su destino. Y cuando todos ellos se apeaban, cuando se emocionaban y desvanecían el carmín de sus amadas, sólo cuando su felicidad se había terminado se volvían a ver las vías.
Sonreía frente a la inmensidad, como todas las mañanas. Sus labios estaban perfilados en un rosa tan claro que hacía aparentar mayor color a su piel blanca como la nieve. Se curvaba en el mar de rosa una sonrisa, tan vacía como un vaso de cristal, una sonrisa que ella decía esperaba el momento de ser el licor que llenase el vaso.
Sobre su falda de tul se apoyaba su diario, su forma de vida, el papel que alimentaba sus sueños, el dinero que abastecía su subsistencia... su papel.
Aguardaba escribiendo, repasando las letras con sus puros ojos color almendra, devorando las palabras que su corazón intentaba dictar. Transformaba el amargo interior de sus sentimientos en brillante prosa.
El tren se detuvo frente a ella. Una marea de vacíos pasos sin destino inundaron la estación del silencio en la que ella aguardaba. Tras las miles de incoherentes pisadas apareció él.
Cubría su cabeza y acompañaba su misterio de un hermoso sombrero marrón, a juego con su maleta de cuero. Movía su gabardina, dejando que esta se familiarizase con el ambiente de la nueva ciudad que recorría.
Ella le miraba, como hacía todos los días, sabiendo que jamás serían más que miradas, acaso torpes palabras que no significaban nada.
Sus seguros pasos tiraron de su cuerpo hacia un banco lejano, a escasos metros de su asiento, tan lejos de su felicidad...
La mujer que allí le aguardaba poco tenía que ver con la escritora. Labios rojos, piel morena, deshabilitados pensamientos y estúpida ropa de una cara boutique francesa. Sus miradas se cruzaron y ella le abrazó.
Aferrada a la última composición que había escrito observaba el instante que la mujer le había robado, uno de sus sueños, tan sólo uno de sus abrazos.
Él la besó apasionadamente, como todas las mañanas, rodeo su cintura con su su brazo derecho y se perdió en la hermosa mirada de aquella mujer... aún más vacía que su vaso de cristal, pues ni tan siquiera albergaba hermosos pensamientos, carecía de ideas y sueños.
De la mano se alejaron, como todas las mañanas, abandonando a la escritora en su pequeño banco de la estación, con el papel en la mano y el corazón deseando ser uno de esos viajeros que se alejaban.
Se acercó a las vías y arrojó lo que había escrito, bañando en lágrimas sus pálidas mejillas y olvidando cualquier aprecio hacia la escritura.
En ese preciso instante un tren acarició las vías, recorriendo en pocos instantes las declaraciones de amor de la escritora. Y así fue como su metáfora se hizo realidad y su corazón fue como las vías, frío, perfecto y distante. El viento se llevó el papel como los minutos se habían llevado al hombre de la gabardina
-Ni tan siquiera sé como se llama
Se planteo esa pregunta... como todas las mañanas.