martes, 19 de junio de 2012

Ellos, el producto de un fracaso


Ella perdida en el ajetreado mundo de la calle, arrojando sus esperanzas al asfalto y limpiando los restos de ilusión de la comisura de sus labios.
Él, tan sólo otro hombre mirando al vacío, sin pensar más allá del cielo, concentrado en la muchedumbre y en el humo de su cigarrillo.
Tan lejos en la ciudad, dos mentes paralelas, amantes de los imposibles. Dos elegantes poetas enamorados de la sinrazón, dos creyentes de un futuro perdido en el tintero.
Ella avanza caminando de forma segura, apoyándose en la coraza que arrastra que le hace ocultarse de la realidad. Él pretende ser la seguridad hecha hombre, un perfecto reflejo de ella, pero caminan a varias calles de distancia, y sus mentes de poetas han fijado destinos separados.
En la misma calle, separados por escaparates llenos de intentos de captar la atención mundana, obras de arte del mundo capitalista que rodea la atmósfera de sus sueños.
Ambos se detienen junto a una puerta. Ella entra en el portal 6, él desaparece en el 22.
Ella llama a la puerta, esperando un beso o una sonrisa. El hombre que le espera ni tan siquiera se para a pensar en la hermosura de su piel pálida, en el claro tono de sus labios ni en el color de su vestido. En lugar de rodear su cintura con sus brazos rodea la figura de la mujer con una mirada de profundo desprecio. Ella arroja una rosa al suelo, arrojando junto a la flor todas las horas en vela pensando en aquel hombre, todos los pensamientos malgastados y las lágrimas perdidas. Deja que él cierre la puerta y se va, manchando la pureza de su rostro pálido con amargos sentimientos incomprendidos.
A unos metros de las escaleras en las que ella se derrumba otro corazón entregado al arte ha sido destrozado.
Él se acercó a la puerta. Sabía que la mujer a la que amaba ni tan siquiera sabía de su existencia, ella era la inspiración de sus palabras, nada más que inspiración, simple poesía. Oyó su risa, pudo incluso percibir el brillo de sus ojos... hasta que le escuchó a él. El hombre al que aquella mujer amaba, con toda su alma, con quien compartía su existencia y su futuro. Arrojó al suelo el cigarrillo con el que había venido soñando con la forma en la  que ella le miraría si le viese en la puerta, en cómo le reconocería, en cómo se besarían para prometer algo más profundo y más eterno que un simple instante. Sin embargo nada ocurrirá, así que prefiere matar al único testigo de sus ilusiones y deja consumirse la colilla en el suelo.
Arrastra sus pasos por las escaleras intentando ocultar su daño bajo la gabardina.
Ella sale del portal número 6, sin rumbo ni norte, con el corazón roto y el rostro empapado de ilusiones. Él recorre las calles envidiando las mentes vacías de la gente mediocre, ajena al arte y ajena a la poesía, ajena a los sentimientos de un poeta.
Ella maldice haber sentido, haber perdido el tiempo, maldice haberse enamorado.
Él esquiva las miradas de la gente, ocultando bajo su virilidad el daño que le han causado, pues al final él sufre como ella, hombre y mujer son cómplices en su sufrimiento, pues nadie siente más que nadie.
Ella se sienta en un banco
Él se sienta a su lado
Ella llora desconsoladamente
Él le pregunta si quiere un pañuelo
Ella se lo agradece
Él rebusca en su cartera y se le cae un pequeño papel
Ella lo recoge. "´los sentimientos de aquel hombre jamás serían tan intensos como las palabras de un poeta".
Él la mira
Ella le sonríe.
Después de tanto tiempo ahogados en un mar de injusticias ambos sonríen.
Ahora se sientan cada tarde en ese banco, cogidos de la mano. Ella le entrega una rosa y él se fuma su cigarrillo, sin ocultar cuánto la ama, sin ocultar lo que siente.
Ahora ambos se sientan a ver pasar la vida y como poetas a ganar las batallas que esta les propone. Ahora comparten la existencia y se sientan a recordar el día que abandonaron los portales 6 y 22.


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