lunes, 11 de julio de 2016


He pasado tanto tiempo racionalizando lo que sentía que, como bien me avisaron en su momento, me había olvidado de vivir.
La persona que más me conocía entonces me encontró un día agazapada con mi cámara, tratando de llevarme conmigo cada rincón de la que había sido mi segunda casa.
Se rió de mí y me dijo que era una yonki de los recuerdos.
Y desde entonces no he parado de confirmar sus palabras, a golpe de vídeos, fotografías y poesías, con la necesidad que me ahoga de inmortalizar todo lo que vivo... por si algún día no lo recuerdo con la intensidad que lo estoy sintiendo.
Y así, tras mucho reflexionar he llegado al tópico de que los mejores momentos nunca están en papel, ni en película.
Ahora me doy cuenta de que las entradas de teatro que tengo guardadas son un puro trámite para dejarme arrastrar a aquellas estúpidas mariposas en el estómago, a las carreras por casa, a la inseguridad y al miedo, al asiento de un coche demasiado pequeño y siempre estacionado en segunda fila.
No tuve tiempo de rescatar los sentimientos de aquella historia, ni de ninguna que he vivido, porque no era consciente de que lo importante, en efecto, no fue el billete de autobús, sino los gritos del conductor diciendo que las despedidas se hacían en casa.
Qué bonito todo, qué ganas de vivir, y qué clásica mi forma de darme cuenta de lo obvio tras haber metido la pata durante un par de años.
No creáis que esto es un antes y un después en mi complejo de videocámara. Esto es, sí, una forma de inmortalizar mi reflexión, porque hoy me he despertado llena de vida, y no he tenido que comprobarlo en ningún fragmento de papel.
Creo que llevo dentro las tardes al sol, las cenas en Somió, el camino a Estaño, las quejas de Jose cada día que los termómetros avisan de que es verano, la alegría del primer helado de julio (aunque a mí no me gusten), las carcajadas en cualquier bar donde nos acabamos haciendo conocidos, las noches de brindar por cualquiera de nosotros, mis recaídas emocionales y los "no, Irene, no".
Ahora me he dado cuenta de que he guardado fotos, billetes y cartas como quien guarda flores, muertas.
La verdadera vida no se ha dejado capturar, sino que me ha ido haciendo tal y como soy, entreteniéndome detrás del objetivo de la Nikon, para que no me diera cuenta.
Así que Jose, deja de grabar.

sábado, 9 de julio de 2016

Eco


Voy a contradecir a Bill Whiters y decirte que, a un año de tí, sí que ha salido el Sol aunque te hayas ido.
Sin embargo, algo me tiene hoy aquí reavivando las pocas cenizas que nos quedan, con esperanzas de encontrar un recuerdo al que aferrarme para revivirte por un rato.
Y es que sabes que soy de esas que opina sobre cada tema con revolución en los ojos, que no sabe cantar sin molestar a los vecinos, sin embargo, podía quedarme horas mirándote callada para después darme cuenta de la locuacidad que tenían nuestros silencios.
Nos fuimos quemando poco a poco, el tiempo supo darnos la solución al problema que éramos el uno para el otro, pero ya nos habíamos hecho adictos al "ni contigo ni sin tí" y a recordarnos escuchando a Drexler.
No hay peor ciego que el que tiene miedo a quitarse la venda de los ojos y verse solo, eso fue lo que me tuvo atrapada tres años, el amor propio que me ataba las manos para que no arrancase la parte más bonita de mí.
La que me hizo empezar a escribir poesía, la que me enseñó a querer cuando no sabía nada de amor, la que me empujaba a escaparme de clase, a hacer el ridículo como todos los adolescentes enamorados, a escribir a horas inapropiadas, a confundir los nombres al beber, a buscarte... para encontrarme a mí.
Y tardamos tres años, mi autoestima y yo, en darnos cuenta de que nadie puede ser la parte preferida de uno mismo.
Ahora vivo exactamente lo que temía, y pregunto qué es de ti a los amigos en común que me encuentro por la calle, y sonrío cuando alguien me recuerda momentos que vivimos, y se me encoje el corazón al escuchar La Ciudad del Viento... pero ya no cogería el tren y me plantaría a la puerta de tu casa, a cerrar los ojos sabiendo que estás detrás, haciéndome perder el tiempo.
He crecido en estos meses tanto que no me reconozco, porque supongo que la parte de mí que siempre pensaba en ti se ha dedicado a encontrar su filosofía propia, a desarrollar su amor insano por las flores, y a potenciar mis ganas de vivir eternamente.
Con esto, quiero decir, que me va bien, que soy feliz, y que espero que tú, estés donde estés, también lo seas, y lo seas siempre, porque eres el hombre que más se merece la felicidad absoluta.
Vive todo lo que venga con tu constante "sí" en los labios.
Vive por tu cuenta, que en mí, ya vas a vivir eternamente.