miércoles, 12 de septiembre de 2012

La chica de la pastelería


Envuelto en mi gabardina atravesé la ajetreada ciudad de Amsterdam. Esquivando los sueños de los ciclistas y las miradas de los transeúntes alcancé una pequeña plaza. En la esquina había una pastelería con un toldo rosa cubriendo la entrada, sobre el que descansaba un gran montón de nieve que el cielo había regalado aquel mes de Febrero.
Me limpié los zapatos en el felpudo y entré.
Una campanilla sonó al abrir la puerta y una hermosa chica de piel clara y ojos azules me sonrió.
-Buenos días caballero, ¿desea algo?
+Buenos días, quería un café caliente y un croissant, por favor.
-Siéntese en aquella mesa, por favor
Desde el momento en que la chica me sonrió me di cuenta de que nuestra relación iría más allá de aquella taza de café caliente.
+Siéntese a mi lado, sus ojos me dicen que tiene una historia que contar y yo no tengo compañía.
-Bien...-dijo la chica tímidamente- Me llamo Alicia, nací en la pequeña ciudad de Tívoli. A los 15 años decidí cambiar mi vida y dedicarme a cumplir mi sueño... quería cantar, tocar el piano, ser famosa... Me perdí entre tanta fantasía y el destino me abandonó aquí. Nunca pude cumplir mi sueño, aun así he instalado mi pequeño teclado en el obrador, así cuando se me acaban los pasteles que decorar puedo sentirme yo misma.
+Yo soy escritor, ¿sabe?. Pero no soy un escritor feliz... no he luchado por convertirme en una celebridad. Mi padre era escritor, así que me siento un mendigo que se aprovecha de un lazo familiar.
-¿Escribe novelas?
+Escribo mi vida, y supongo que entiende que no me refiero a una autobiografía. Narro mis silencios y mis palabras, cuando la gente escucha y cuando la gente calla. Hablo de las calles cuando me cuentan sus historias o cuando tan sólo se dejan ser pisadas. Puede que algún día hable de usted... como la chica de la pastelería. Tiene vainilla en la mejilla
Me acerqué para retirarle el sirope
-¡NO! disculpe... es una manía, como un ritual. Cuando acabo de hacer mis pasteles y me acerco al piano pongo un poco de vainilla cerca de la comisura de mis labios. Me recuerda que no estoy vestida de fama ni de éxito, sino que soy sólo la chica de los pasteles que toca el piano en el obrador... así que déjelo.
Aquella mujer me intrigó, así que todos los días recorrí las mismas calles, que desde ese día me empezaron a contar historias, escribí diferentes relatos sobre la misma mujer, sobre Alicia, la chica de los pasteles. Por primera vez tomaba las riendas de mi vida, no era sólo una lazo de sangre, era un escritor intentando compartir su destino.
Todas las mañanas e incluso algunas tardes tomaba mi café caliente con el croissant. Lo compartíamos muchas veces, el café y los sentimientos, el croissant y la prosa, el cálido ambiente de la pastelería y su música.
Escuché cantar a aquella chica. Tenía una gran voz, un gran talento, un pequeño sueño y un destino prometedor. Apoyé cada nota que tocaba, cada movimiento que hacía. Le prometí que algún día triunfaría.
Hoy sé que nada va a ser igual, algo me dice que no podré tomar mi café caliente.
Dejo a un lado la plaza Damm y tras atravesar unas pocas calles alcanzo la pequeña plaza junto al canal.
Lo suponía
El toldo ha sido retirado... hay un cartel en el escaparate:
"Lo siento, he cumplido mi sueño y abandonado mi pasado. Algún día podremos volver a encontrarnos, pero para entonces no seré la misma, habré hecho realidad todos mis intentos. De algún modo habrá sido gracias a usted... creo que quien deba entenderlo lo hará"
No pude disimular mi tristeza, pero intenté sonreir.
Aquella chica había abandonado sus inseguridades y había dejado que su talento dirigiese su camino. Sabía que no se escondería nunca más... ¿sabéis por qué?
Porque en el pomo de la puerta había una gota de vainilla, ya no estaba junto a la comisura de sus labios, había cerrado con ella la puerta de su pasado tras limpiarse la mejilla... y los recuerdos.

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