martes, 5 de febrero de 2013

Pasado.


La cama ha dejado esa extraña forma en el lado derecho una noche más. Llevo cargando con Febrero desde casi un año... 365 días de amargura acompañada de un recuerdo. Mi espalda carga el peso del pasado, estúpido e inútil, martilleando mi cabeza con las lágrimas que derramé por unos ojos que jamás miraron más allá de mi nombre.
No soy metafórica esta vez, no soy escritora, intento ser objetiva y realista. Sus manos se aferran a mi espalda como si fueran su único mástil, me abrazan tal y como deseaba que todo hubiese ocurrido... pero como es habitual en mí tengo que conformarme con el pasado, con su recuerdo, no con el hombre que me ha condenado a este martirio.
Sus manos oprimen mi cabeza cada vez que en la radio suenan los acordes de cientos de canciones que me hacen perderme en meses que se han desvanecido. Noto su mirada clavada en mí cada vez que consigo esbozar una sonrisa, cada vez que finjo que todo está bien... noto que me mira y me ordena que no continúe soñando, que estoy presa de sus garras.
Mientras las calles se deslizan bajo mis pies, la ajetreada muchedumbre me hace sentirme más sola que nunca, rodeada de vidas completas, vidas de dos, de dos personas con los dedos entrelazados y no unidas por las llagas que les hizo el tiempo. Vidas comunes... supongo que ser escritor termina por condenar con surrealistas sentencias como mi acompañante.
Entro en una cafetería llena de palabras... sí, creo que había gente allí pero sólo podía escuchar sus palabras, eran lo único que sobreviviría cuando su cuerpo les abandonase.
Pido el café de siempre, en el sofá de siempre, bajo la lámpara de todos los días, al lado de la mesa vacía de por las mañanas...¿vacía?
Mis costumbres se descomponen al observar a un hombre sentado en la mesa que siempre queda reservada a la soledad. Un hombre con un largo abrigo negro, elegante, leyendo palabras que tengo la certeza de que el mismo ha escrito... lo pude deducir por el brillo de sus ojos.
El corazón me da un vuelco repentino al ver al lado de ese hombre una sombra familiar... las manos de mi Febrero se aferran a mis sienes transmitiéndome un dolor imposible de ignorar... él también lo ha visto.
Le reconozco por sus ojos fríos, por la carencia de expresión en su mirada y por la ausencia de movimiento al respirar... un respirar casi imperceptible. Aquel hombre sufre también del peso de sus recuerdos, de esa compañía fría que te hace hundirte aún más en la soledad.
Ambos nos miramos.
Sonreímos.
Nos miramos de nuevo y el cierra su pequeño cuaderno.
Podría seguir escribiendo eternamente sobre el día en que conocí al escritor, al hombre del abrigo negro... pero no tiene sentido seguir hablando del pasado, he aprendido esa lección.
Sólo merece la pena ser nombrado el momento que en mi vida olvidaré.
Los ojos de mi pasado se llenaron de lágrimas, por primera vez, tendió su mano hacia la espalda de aquel hombre, donde vivían sus recuerdos y me abandonó, sola, ligera e incluso asustada.
Vi como ambos se alejaban, dejándonos solos en aquel café, dos extraños unidos por las letras, libres de sus recuerdos, comenzando una vida nueva... comenzando a vivir.
El pasado no es eterno. Un día te deja en manos del presente, te confía a la incertidumbre, a la suerte, al amor... te deja desnudo entre tanta perversión sentimental, sufriendo, añorando, sintiendo, feliz... viviendo.
Ese día le perdí, se llevó con él las sombras del invierno, se llevó sus recuerdos y sólo me dejó mis poesías. Esas noches no pude llorar, se llevó mis lágrimas y mi sufrimiento, me desprendió de todo lo que me había hecho daño.
Esas noches no pude llorar... pero el lado derecho de la cama no quedó vacío... y de mi perchero colgó para siempre un largo abrigo de color negro.

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