domingo, 4 de marzo de 2012

El día que nacieron las palabras



Mi mirada se perdía en el inexistente límite de mi disconformidad.
El mundo había dejado de creer en los sueños, en la elegancia del olor al café. Se había resignado a sobrevivir entre tanta mediocridad, sin intentar arriesgarse a dar un paso en falso.
A través de las miradas de los perdidos transeúntes de la ciudad de Tívoli pude ver la falta de sueño, los silencios amargos y tensos en las lujosas casas que habitaban, las malas situaciones, las duras mañanas...
Pude ver un mundo en sus pupilas aquel día que nacieron las palabras.
Cerré de golpe la ventana de mi pequeño apartamento y limpié las manchas de té de las teclas de mi piano. La elegancia de mi existencia se iba consumiendo con las horas, con los lentos minutos, no podía seguir siendo la chica francesa que vivía en una ciudad Italiana.
Siempre había luchado por vivir esquivando los tópicos. Había sido la pequeña princesa que creía en los cuentos con tristes finales, que era feliz en su castillo sin necesidad de un príncipe que la rescatase. La princesa que llegó a enamorarse del dragón.
Siempre había sido tan distinta, no me había dejado ser cortada por las tijeras que hicieron el modelo de la sociedad, había sido herida en la batalla de la vida, pero no me dejaba ganar, las caídas me hacían más fuerte. Nada podía herirme ni tan siquiera los silencios, aquellos que mataron a mis amadas palabras.
Me aparté el pelo de la cara y me puse mi lazo color azabache junto a la frente. Dejé que mi mirada se perdiese en el horizonte en lugar de aislarse en el inexistente límite de mi disconformidad.
A partir de ese día, que fue especial por el hecho de no haber sido más que otro cúmulo de minutos, a partir de ese día 16 de febrero me prometí seguir siendo la misma...
sí como todos los días... ¿acaso esperabas un chocante cambio?
no hay significativos cambios en la vida de la desequilibrada mente de un genio.

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