jueves, 12 de abril de 2012

No era lluvia, era felicidad


Mis pensamientos azotaban la calle, la confusión dentro de mi mente parecía golpear los adoquines de la calle. Las miradas de la gente se pegaban a mis pestañas y hacía que estas me pesaran, que me hiciesen cerrar los ojos y me impedían ver mi futuro. Ese era su cometido, impedir alcanzar las metas de los soñadores.
Una gota de lluvia acarició mi pelo.
No iba a molestarme en taparme, simplemente dejaría que el cielo llorase y ser yo parte de su llanto. Me permitiría por un día ser lamento de los astros.
La lluvia se convirtió en la música de la apagada ciudad, se hizo juez imparcial de los golpes que azotaban mis lamentos a la realidad.
Un mar de color rojo se deslizó por mi camiseta color menta. Mis últimos intentos de cambiar el tono de mi pelo se desvanecían, junto a todas mis inseguridades, a mis promesas de ignorar mis sentimientos.
La vida no se dignaba a sonreírme desde hacía unas semanas. Había perdido todas las ganas de continuar marcando el camino que ni tan siquiera tenía fuerza para recorrer. Hasta el momento en que el cielo me enseñó lo que era la felicidad.
Levanté la vista. Sonreí a la inmensidad que se alejaba de mí, le dediqué mi primera sonrisa. La primera sonrisa de Abril, la primera lluvia de Abril. Las pesadas miradas en mis pestañas se deslizaron a modo de lágrimas por mis mejillas, haciendo correr dos largos ríos negros que intentaban hacer aparentar mayores mis pequeños ojos. Mis ríos de azabache desembocaron en mis labios. Demasiado grandes, sí, esbozaban una sonrisa, una gran sonrisa que me hizo olvidarme de todas las veces que maldije que mi sonrisa fuese tan llamativa.
Y allí me quedé, empapada, pero al fin con fuerzas para taparme de la lluvia si quería pero para aprender a caminar a su lado si tan sólo me sentí parte de la música del silencio. Allí esperé para ver pasar los segundos, para disfrutar la pureza de ese nuevo sentimiento para mí, la felicidad.
Yo, con mi camiseta menta, mi falda negra y el collar que siempre pendía de mi cuello, el collar de mi hermana, el pacto contra la distancia.
Yo, junto a la lluvia.
Buenas noches París, esta noche dormiré sola...¿sola?
No, siempre tendré la lluvia.

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