domingo, 8 de abril de 2012

Sólo tuviste que mirar mi sonrisa


Caminaba sobre mis altas plataformas, intentando mantener un paso constante, un equilibrio entre la multitud, arrullada por la melodía que sonaba en mi reproductor de música.
Llevaba un libro en la mano: "los juegos del hambre".. cuántas cosas me había enseñado ese libro, nunca me iba a cansar de leerlo. En la otra mano sostenía un vaso de plástico vacío que había contendio mi café preferido, el que me ayudaba a escribir.
Una mujer me miraba desde el paso de peatones. Oí sus palabras: "mírala, parece tener una estatura normal encima de esas plataformas, no debe de ser muy alta en realidad. Boca grande y labios bonitos, pero ese color no le favorece con sus mediocres ojos marrones"
La miré fijamente. Nunca antes me había visto, sin embargo allí estaba, juzgando las apariencias bajo las que se ocultaba mi alma soñadora, protegida bajo la estúpida coraza con la que la gente jugaba.
Sin apartar la mirada seguí caminando, caminando...
-¡Cuidado señorita!
Me caí al suelo
+Lo siento, de verdad, iba distraída, discúlpeme
Un hombre vestido con una larga gabardina me miraba sonriendo. No parecía molesto por mi torpeza.
-¿"los juegos del hambre"?-dijo sosteniendo mi libro-una gran historia, sin duda.
+Sí...¿ lo ha leído?
-Claro, señorita... Alicia-dijo abriendo el libro y descubriendo mi nombre escrito en la contraportada
+Sí, así me llaman.
-Esto es suyo-dijo entregándomelo-parecía atareada mirando a ninguna parte... no es buena costumbre en una ciudad tan ajetreada como París, parece mentira que no lo sepa.
+Lo sé, lo he aprendido con el tiempo, pero yo no soy de aquí, soy italiana.
-Oh, Italia...-dijo gesticulando-hermoso país... arte, arte, italianos, más arte
+Sí, claro-dije riendo-por eso nací allí... arte, arte... soy escritora
-¿Escritora?
+¿Le extraña?
-Me sorprende, que no es lo mismo. Pensaba que los escritores eran esa clase de personas que se encerraban en una habitación y no veían el sol. Que se perdían entre papeles y se olvidaban del mundo exterior.
+¿Sería hermoso no?
-¿El qué?
+Perderse entre papeles y olvidarse del mundo... precisamente eso era lo que me atormentaba antes de caerme
-¿El mundo?
+No, sus habitantes.
-No pueden hacerle daño. Es una mujer hermosa, realmente parisina aunque naciese en Italia. Es escritora y tiene unos ojos preciosos, parecen transmitir confianza.
+¿Puedo decirle algo?
-Dígame
+Gracias. No por recogerme el libro y ayudarme a levantarme...
-¿Entonces por qué?
+Por ser la primera persona que se molesta en conocerme antes de juzgarme
Y entonces me fui... me di cuenta de que él se había quedad con mi vaso vacío, con el aroma del café que rodeaba mis momentos de inspiración. Mi café y mi dirección, apuntada en el vaso, por si algún romántico decidía llamarme cuando viese las manchas de carmín en la superficie transparente, cuando el vaso estuviese en la basura. Alguien que entendiese que la elegancia no podía ser destruida
A los pocos días recibí una carta:
"No la conozco, pero puedo jurar haberme enamorado de su sonrisa. Déjeme saber algo más de usted y así podré juzgarla como el resto de París. Atentamente, su romántico entrometido."
Junto a la carta había un trozo de mi vaso, justo aquella parte en la que había dejado mis manchas de carmín. No, este hombre no destruía la elegancia.
No fueron las últimas noticias que tuve de este hombre de la gabardina, pero tendrás que venir a París para juzgar el resto de la historia.
Siéntate junto a la Torre Eiffel... siempre tiro ahí mi café.

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